Las leyendas ecuatorianas más escalofriantes de la historia

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Por ser un país de contrastes, Ecuador puede mostrarnos una gran diversidad cultural. Con sus pueblos enclavados en las cúspides andinas y en las cálidas costas, ha reunido a lo largo de los siglos (incluso desde antes de la Colonia), numerosas y fascinantes leyendas que a continuación te contamos. Así que no dejes de leer este artículo sobre las leyendas ecuatorianas.

Leyendas ecuatorianas

Origen de las leyendas ecuatorianas

Lo primero que debemos conocer es que las leyendas ecuatorianas no son más que historias que vienen desde tiempos inmemoriales. En su tránsito han logrado mezclar situaciones reales del pasado, con elementos que se originan en la imaginación (lo que algunos han llamado “realismo mágico”) de los moradores de una zona específica.

En sus lejanos comienzos tales leyendas ecuatorianas fueron pasando de generación en generación mediante la narrativa oral. Aunque luego, gracias al advenimiento de la escritura, fueron haciéndose más precisas en su paso por el tiempo gracias las obras escritas.

En suma podemos decir, que el orto de las leyendas ecuatorianas se vislumbra relacionado muy estrechamente con las costumbres que caracterizaban a los habitantes originarios de la zona que actualmente se conoce como la República del Ecuador. Los estudiosos de la materia explican, que las leyendas que han pervivido a los rigores del tiempo depredador (que se pueden calificar como leyendas famosas), surgieron del anecdotario del que disponían las personas de mayor edad, para contar historias a sus niños.

Esa era la única forma, por aquellos días, de lograr que sus hijos pudieran conciliar el sueño. Claro que las cosas han cambiado en los últimos años, pero seguro que estas maravillosas leyendas también lograrán imponerse a los embates del tiempo. Y un buen aliado en este sentido es la tecnología, porque, por ejemplo, ahora es más fácil leer.

Pero lo más increíble es que la procedencia de estas abundantes leyendas ecuatorianas, no se limita únicamente a Quito, la capital del país. Y es que como se puede esperar de un país tan diverso, hay mitos que tienen si origen en otras provincias.

Ahora veremos parte de esa diversidad de las leyendas ecuatorianas. .

Cantuña y la iglesia que construyó el Diablo

Esta primera de nuestras leyendas ecuatorianas, nos habla de un aborigen al que todos en su villa llamaban Cantuña. El mito tiene sus inicios en aquellos tiempos en que los sacerdotes franciscanos ya se asentaron en tierras ecuatorianas. Y fueron precisamente esos monjes los que le encargaron al aborigen la edificación de una iglesia en la novel Quito. Cantuña accedió a la propuesta con mucho gusto. Tanto así que incluso prometió que lo terminaría en tan sólo seis meses.

No obstante el indígena fijó una condición: que una vez culminado su trabajo, se entregará una ingente suma de dinero. Y por supuesto los mansos franciscanos pusieron en duda dudaron la palabra del aborigen. Imaginaban que aunque toda su tribu le ayudará a levantar la iglesia, se demoraría bastante más del tiempo prometido para terminar la monumental obra. Y el indígena puso manos a la obra. Así fueron transcurriendo los meses, hasta cumplirse cinco, mientras la edificación no llegaba ni a la mitad de lo planeado.

Entonces, atormentado por el fracaso que se vislumbraba, Cantuña tuvo una idea: pactar con el mismísimo demonio. El acuerdo especificaba que el aborigen le daría su alma, como pago para que el Diablo terminara la edificar el templo en el término pautado. Claro que Satanás convino con el pacto. De tal modo que de inmediato dispuso a numerosos demonios a trabajar, para así poder ganarse el alma de Cantuña y llevarla a las cálidas entrañas del averno.

Ni tan tonto el indio

No obstante, cuando el indio determinó que el templo estaba casi culminado, tramó un plan para no perder su querido espíritu. Así que se dirigió al sitio donde estaban ubicadas las piedras que se estaban empleando para la construcción de la última pared. Entonces talló en unas de aquellas piedras esta inscripción: «Aquel que coloque esta losa en su lugar, reconocerá de inmediato que Dios es mucho más poderoso que él».

Pasados dos días, el demonio agarró la losa entre sus siniestras manos y al leer la inscripción, inmediatamente conminó a su cortejo que retornara al instante junto a él a las profundidades del infierno. Así el ladino indio Cantuña había logrado salvar su alma. Pero también logró concluir en el tiempo establecido el templo de los franciscanos. De tal manera que los monjes no tuvieron más remedio que pagar al indio la cantidad acordada.

Como ves, en nuestros tiempos esto sería lo que llamamos “un negocio redondo”.

La dama tapada

Esta otra de las leyendas ecuatorianas se le conoce como la Dama Tapada. No obstante suele confundirse con la leyenda de la “Llorona”. Por eso es pertinente precisar que son dos mitos diferentes, por lo que de seguidas expondremos la diferencia.

El añejo relato nos trae que en Ecuador se presenta de tanto en tanto una muchacha delgada. Lo extraño es que ninguna persona ha visto su cara, ya que siempre lleva oculta detrás de un velo.

Va ataviada muy elegantemente, al tiempo que se cubre con una bella sombrilla. La gente del lugar sostiene que cuando está próxima a un hombre, alma empieza a expeler una fragancia muy agradable. Con esta treta su ingenua víctima se siente atraída, a tal punto que el desdichado comienza seguirla a todas partes a las que ella vaya.

Y resulta tan seductor el perfume, que quien lo aspira pierde el conocimiento y poco le importa saber hacia dónde lo dirigen. Es así como la “dama tapada” guía al hombre a una zona remita y solitaria. Su idea es que no haya ningún otro ser que le pueda auxiliar.

El rostro del terror

Sólo entonces la misteriosa dama se frena en medio de la vía, parándose frente a su infortunada víctima, para inmediatamente descubrirse la cara. Y el hombre, al ver el rostro de la “Dama tapada”, se espanta completamente, toda vez que se trata de un semblante aterrador, en pleno estado de descomposición.

Rápidamente el otrora agradable aroma se convierte en algo pestilente, propio de la carne que ya devoran los gusanos. El impacto es tal, que el pobre hombre es incapaz de moverse, hasta que se paraliza totalmente su corazón, y muere de terror. Se rumorea en corrillos ecuatorianos, que muy pocas personas han corrido con la suerte de sobrevivir a tan aterrador asalto, y continuar con sus vidas de forma normal.

Esto se debe  a que la mayoría de los que lograron escapar de esa remota zona boscosa para regresar al poblado más cercano, perdieron por completo la cordura. De tal manera que sus sobrevivientes terminan internados en sanatorios mentales, como consecuencia de la traumática impresión que les genera la visión tan espeluznante de la cara de la “Dama tapada”.

El padre Almeida

El padre Almeida es uno de los más populares personajes de las leyendas ecuatorianas. De él se cuenta que disfrutaba de salir en horas nocturnas para no ser visto y así poder tomarse unos traguitos de aguardiente.

No obstante la forma en que se escurría del templo era algo extraña. Se decía que el hombre de Dios iba hasta lo más alto de la torre, para luego bajar por una cuerda hasta la calle. ¡Por Dios que ha debido ser mucha la sed!. Pero lo que no todos sabían era que, para llegar tan elevado sitio, debía encaramarse sobre la estatua de Jesucristo, la cual tenía un tamaño natural.

Una de esas noches, cuando se disponía ir a calmar su sed, se trepó sobre el brazo de Jesucristo, y cuando estuvo a punto de marcharse escuchó una voz que le hablaba:

– ¿Cuándo será la última vez que hagas esto, padre Almeida?

Pero el intrépido cura pensó que aquella pregunta era producto de su imaginación, así que respondió con ligereza:

– Hasta que me vuelvan a dar ganas de echarme otra copa.

Acto seguido el travieso cura se enrumbó al bar clandestino donde solía beber sus copitas.

La sorpresa divina

Del lugar no se marchó hasta que estaba totalmente alcoholizado. Tanto así que el hombre de Dios iba dando bandazos por la vía, hasta que el pobre se estrelló con unos hombres que cargaban un ataúd hacia el cementerio. Entonces el féretro se golpeó contra la calzada, rompiéndose su tapa.

Y ¡Oh sorpresa! El padre Almeida no podía creer lo que estaba observando. El cuerpo que estaba dentro del féretro era el suyo. ¡El muerto era él mismo!

Huelga decir que al instante recuperó la sobriedad, y una vez hubo llegado al templo, le prometió al Cristo de la torre que aquella sería la última de sus fugas y que no tomaría más aguardiente.

Desde aquel momento la feligresía asegura que el semblante aquella imagen religiosa cambió asombrosamente. Incluso aún en estos días puede verse que el Cristo muestra una gran sonrisa de satisfacción. Y no es para menos, toda vez una de sus ovejas extraviadas encontró el camino a casa.

La Bella Aurora

Aquí presentamos otra de las leyendas ecuatorianas, que por su importancia y arraigo popular resultaría imposible no contar. La leyenda tiene sus orígenes Quito y se basa en la historia de una hermosa joven llamada Aurora. Aunque ciertas versiones señalan como su nombre completo el de Bella Aurora. Esta chica provenía de una familia acaudalada, ya que sus progenitores eran muy influyentes. Así la vida de esta familia acontece sin preocupación alguna, ya que disponían de cuanto requerían para realizar sus actividades apaciblemente.

Y tal como cabría esperarse, a la bella y rica chica no le sobraban los pretendientes. Tanto así que podía ignorar el clamor de los jóvenes casaderos de la ciudad, gracias a que no necesitaba contraer nupcias con ninguno de ellos para mejorar su condición social. Un domingo por la tarde, la chica salió de su hogar rumbo a la Plaza de la Independencia, lugar donde tradicionalmente se efectuaban las corridas de toros.

La fiesta taurina transcurría de manera rutinaria, hasta que repentinamente apareció en la arena un colosal toro negro. Los ojos del cornúpeta estaban ojos inyectados en sangre y exhalaba vapor por sus narices.

La mirada de la muerte

Entonces el gigantesco toro corrió hasta el palco en donde se hallaba Bella Aurora, y allí se plantó mientras la miraba fijamente. Lo más extraño fue que su mirada ocasionó que la chica se desvaneciera inmediatamente. Acto seguido los padres de la bella joven la trasladaron, aún inconsciente, hasta su casa, pensando que luego de descansar un momento en su lecho, recobrará el conocimiento.

Y eso hizo Bella Aurora, quien despertó después de dos largas horas. No obstante, al instante de abrir los ojos se escuchó estropicio muy fuerte, y una de las paredes de su alcoba que se vino abajo por entero.

¡No lo creerás, pero era el colosal toro prieto de la plaza, el que inexplicablemente había hallado a la chica!

Del susto la bella joven intentó gritar y escapar del lugar, pero su cuerpo no le respondió. Entonces el animal astado la embistió con una fiereza indescriptible, arrebatándole la vida en escasos segundos.

Cuando sus progenitores llegaron a la alcoba de la chica, ya el animal se había ido. Sólo hallaron el cuerpo de su hija, que yacía en el piso, sin vida.

De esta triste manera culmina una de las más conocidas leyendas ecuatorianas.

Leyendas ecuatorianas

El gallo de la catedral

Esta se trata de una de las leyendas ecuatorianas cortas, que igual que la anterior tiene su origen en Quito.

Ella nos refiere que Don Ramón Ayala y Sandoval era un hombre muy acaudalado, pero a quien además le gustaba la vida nocturna.

Entre sus hobbys preferidos resaltaba el tocar la guitarra, lo que desde luego era complementado la bebida junto a sus amigos. Pero con todo y su dinero, se decía que su corazón era propiedad de Mariana, una hermosa chica que vivía en los alrededores de su hacienda.

Como era normal en aquellos tiempos, la diaria rutina del protagonista de esta leyenda no variaba en absoluto. Salía de la cama a las 6:00 de la mañana para luego desayunar. El almuerzo invariablemente era un bistec a las brasas, contorneado de huevos fritos y papas. Y para beber, la consabida taza de espumoso y humeante chocolate.

Una vez saciado el apetito, se iba a apoltronar a la biblioteca, donde se deleitaba leyendo un buen rato. Y cuando se cansaban sus ojos de la lectura, retornaba a sus aposentos para tomar una bien ganada siesta.

Cuando terminaba el descanso, se incorporaba para bañarse ya que debía alistarse para su ronda por la ciudad.

Un extraño adorno

Entonces, ya fuera de su casa, don Ramón deambulaba apaciblemente por las calles hasta llegar a la estancia de venta de vino y la deliciosa mistela que tanto agradaban al noble señor. Estancia propiedad de Mariana, a quien también llamaban cariñosamente la Chola.

Pero antes de entrar a la fonda de su amada, se detenía frente a la balaustrada de la Catedral. Era precisamente en ese lugar sagrado donde tenía todas las tardes su primer choque con el gallo de nuestra historia. Refiere la leyenda que don Ramón, en actitud desafiante le decía: “¡Qué disparate de gallo!”. Se dirigía el hombre al gallo que coronaba (ciertamente un adorno algo extraño) el elevado tejado del templo.

Pero ahora recordemos que don Ramón estaba locamente enamorado de la “Chola” Mariana, quien era la propietaria de la fonda donde él solía beber. No obstante cuando la feligresía acudía a presenciar la santa misa, se atemorizaba al pasar por el expendio de licores, toda vez que don Ramón, ya completamente borracho, comenzaba a insultar a todo el que pasaba por allí.

Una extraña riña

“¡Quien se considere macho que se me pare enfrente! ¡No creo en gallitos, ni siquiera en el de la Catedral!, voceaba el don Ramón transformado por el alcohol hasta el cansancio, retando a todos, incluso al gallito de la Catedral.

Pero en una ocasión, cuando eran cerca de las 8 de la noche, el acaudalado y arrogante hacendado pasaba borracho frente a la Catedral, intentó desafiar al gallo, como solía hacer todas las noches.

De tal forma y como cabe esperarse de un gallo de pelea, el ave por fin aceptó el desafío y velozmente le propinó un picotazo en la cabeza. Pero el susto del rico hacendado fue tal, que enseguida suplicó por su vida al agresivo plumífero.

Y entonces el gallo le respondió e la siguiente manera:

– No vuelvas a tomar licor, pues si lo haces nuevamente no tendré compasión y te quitaré la vida.

A don Ramón no le quedó más remedio que cumplir la promesa que le había hecho al extraño gallo parlanchín de pelea. Y así fue, hasta que uno de sus compañeros de farras lo convidó a una parranda, invitación que no pudo declinar volviendo así a reincidir en el hábito del licor.

Luego de lo cual no se supo que ocurrió con el acaudalado hacendado, pues nadie volvió a verlo. Ni siquiera la bella Mariana.

Sin duda es esta una de las más curiosas leyendas ecuatorianas. ¿Y tú qué piensas?

El duende Chuzalongo

Y continuando con nuestro seguimiento a leyendas ecuatorianas, llegamos a los litorales del país suramericano.

Nos trae la historia que un hombre que vivía de trabajar sus tierras, estaba pastoreando su rebaño en una pradera, cuando repentinamente el cielo se oscureció advirtiendo una fuerte tormenta. El pastor intranquilo por la suerte de su rebaño, les solicitó a sus hijas que guiarán a los animales al establo. Y las chicas obedecieron a su progenitor, recogiendo a su rebaño en pocos minutos en el establo.

Pero en ese preciso momento se percataron de que a su lado se hallaba un extraño ser: bajo de estatura, su nariz alargada, orejas afiladas y mostraba una cabellera grisácea bastante larga. Ante la sorpresa las chicas gritaron al unísono. Pero lamentablemente fue en su auxilio. Después de largo rato, percatandose de que las chicas no habían regresado a casa, el campesino fue por ellas portando una escopeta.

Pero el infortunado pastor se halló con una espantosa escena. Yacían sobre el ensilaje los cuerpos descuartizados de sus hijas. A la distancia logró atisbar a una pequeña criatura que se alejaba lentamente rumbo a la lontananza. No obstante una versión distinta de la leyenda del Chuzalongo, asegura que el duende ataca a los seres humanos en los bosques, cuando por algún motivo estos consiguen verlo sin ropa. También asegura esta versión que se trata de un espectro muy pudoroso.

Pero aún hay otra interpretación del mito, la que afirma que el temido duende únicamente se muestra cuando quiere medir su poder con otra otro ser, bien sea éste humano o animal.

Mariangula y las tripas del muerto

Algunas personas entienden el mito de Mariangula, como una de las leyendas ecuatorianas negras. La protagonista es una jovencita de 14 añitos, quien contaba con una madre que se ganaba la vida vendiendo tripa asada en brasas. Cierto día su progenitora encargó a Mariangula (esa era el nombre de la chica), buscarle más vísceras, pues la existencia casi se había acabado completamente.

No obstante como Mariangula era algo rebelde, hizo caso omiso de petición de su madre, prefiriendo marcharse a retozar con sus amigos.

Por lo más grave fue que el dinero que su progenitora le había entregado para que adquiriera las tripas, lo utilizó en otras cosas. Y como puede esperarse de una chica de su edad, luego de demorar bastante tiempo junto a sus amigos, y habiendo reflexionado sobre su actuación, la chica determinó que su progenitora la iba a castigar severamente.

El remordimiento no le permitía sosiego, por lo que cuando caminaba por los alrededores del cementerio quiteño, tuvo la idea de ingresar en él y extraerle las vísceras a un cadáver que los enterradores recién habían sepultado.

Entonces la chica aguardó a que oscureciera más para poner en práctica su tenebroso y desesperado plan. Y una vez cumplió su propósito regresó a su casa y entregó su progenitora las tripas, sin que se diese la reprimenda tan temida. ¡Pero cómo podían castigarla, las tripas tuvieron más demanda que de lo regular!

Una deuda visceral

Pero ahora Mariangula no cesaba de recordar su acción. Y repentinamente la chica empezó a oír que pegaba fuertemente la puerta de su casa. Tal cosa resultaba muy extraña, pues además de ser ya pasabas la medianoche, ningún otro miembro de la familia logró oír aquel escándalo.

Con los nervios de punta, la pobre chica escuchó una espeluznante voz que le decía:

«Mariangulaaaa… regrésame las vísceras que me sustrajiste en la sepultura». Entonces al repetir el reclamo se hacía más fuerte la voz. Al extremo que la chica logró oír nítidamente como si alguien ascendiera por las escaleras buscando su alcoba.

Aterrada por los sollozos fantasmagóricos, la chica sólo atinó a buscar unas tijeras que guardaba en el baúl y abrirse su vientre para cancelar su deuda.

Al amanecer su madre la descubrió sin vida, yaciendo sobre la cama.

Un final dada feliz para otra de las leyendas ecuatorianas.

La caja ronca

Aquí otra de las tantas leyendas ecuatorianas:

Hace ya muchos, pero muchos años, por los lados de San Miguel de Ibarra vivían dos muy buenos amigos, uno llamado Carlos y el otro Manuel.

Cierta mañana el padre de Carlos le encargó a su hijo que previo a disponerse a jugar, fuera junto a su amigo a irrigar las plantas del huerto, ya que el verano se había prolongado largamente y comenzaban a marchitarse.

Por supuesto que los dos buenos amigos fueron salieron rumbo al huerto. No obstante se distrajeron por el camino y no cumplieron con la tarea. Contrariamente a lo indicado, se dedicaron a corretear por la pradera. Estos juegos se prolongaron hasta la caída de la noche. Fue entonces cuando Carlos recordó lo que le había encomendado su querido progenitor.

– Está muy oscuro y tengo miedo –dijo confesó el chico a Manuel, para agregar: ¿Quieres acompañarme a regar el huerto de mi padre?

– Claro, vamos de una vez -respondió solícito su amigo.

Pero antes de llegar al patio trasero de la casa, lugar del huerto que debían regar, comenzaron a escuchar un coro de voces que hablaban un idioma ininteligible para ellos. Aunque distinguieron que se parecía al que suele escucharse cuando los religiosos realizan alguna procesión.

Una visión espantosa

Ante la sorpresa decidieron esconderse tras un robusto árbol. Desde allí lograron observar que aquellos que se aproximaban no eran humanos, sino espectros con el don de levitar para desplazarse por el aire.

No obstante no pudieron ver los rostros de las extrañas criaturas, ya que lo escondían en una lúgubre capucha.

Otra cosa que hacía aterradora aquella escena, era que cada una de las criaturas llevaba en una de sus manos, una vela larga sin encender.

Una vez pasaron los aterradores seres, apareció tras ellos una carreta gobernada por una criatura espeluznante. Este ser de otro mundo tenía la cabeza coronada con un par de filosas astas, mientras que su boca era adornada por unos dientes que le sobresalía, tal como a los lobos.

En ese preciso momento vino a la mente de Carlos el recuerdo de una leyenda ecuatoriana, que solía contarle su abuelito. Dicho mito se refería de una “caja ronca”. Sucedía que la narración que el abuelo había hecho respecto a las características de los seres que custodiaban la legendaria caja, correspondía con exactitud a las de los seres que acababan de mirar.

Entonces el pánico fue tanto que se desvanecieron. Cuando recobraron el conocimiento, se dieron cuenta que ahora ellos también llevaban una larga vela blanca entre sus manos. Pero dicha vela no era de cera; era pues un hueso de muerto.

En un respingo de terror, ambos dejaron caer al mismo instante las velas. Acto seguido cada chico se marchó a su respectiva casa. Pero desde aquel suceso, evitaron salir nuevamente en horas nocturnas. Además jamás volvieron a poner en duda las leyendas ecuatorianas que se contaban en los alrededores de capital quiteña.

La capa del estudiante

Esta otra de las tantas leyendas ecuatorianas, se origina en el momento en que un grupo de estudiantes se preparaba para la presentación de las evaluaciones finales del periodo escolar.

Pero uno de estos chicos, llamado Juan, pensaba diferente. Y es que este estudiante estaba bastante turbado por lo viejos que eran sus zapatos, pues además no contaba con dinero para comprarse unos nuevos.

Juan era un chico presumido, que le gustaba presentarse en sus exámenes vistiendo impecablemente. De tal manera que puedes imaginarte que no quería ir al examen con los zapatos en aquellas condiciones. Por lo que sus compañeros le sugirieron que llevara su capa a una tienda de empeño, para con ella conseguir el dinero que requería para comprar los nuevos zapatos.

Pero a Juan no le agradó la idea, así que luego de hablar por varios minutos más con sus amigos, éstos optaron por brindarle en calidad de préstamo el dinero. No obstante impusieron una condición:

Juan se veía obligado a ir al cementerio de El Tejar, donde buscaría la sepultura de una dama que hacía apenas unos días se había suicidado. Y una vez la hubiese ubicado, debía clavar un clavo a su ataúd.

Lo macabro de aquel gesto, era que dicha había sido la novia de Juan, antes de quitarse la vida. Ella había tomado la drástica decisión, al enterarse que Juan la había traicionado con otra chica.

Pero el joven se mostraba dudoso, ya que no quería hurgar en viejas heridas. Sin embargo pudo más la necesidad, a tal punto que Juan se aprestó para ir a su tétrico compromiso.

Una deuda fatal

Una vez en el lugar brincó la valla del cementerio y fue rumbo a donde se ubicaba la sepultura de la novia muerta. Ya frente al ataúd, extrajo el martillo y el clavo de uno de los bolsillos de su chaqueta. Entonces comenzó a clavar.

Pero sentía que cada golpeteo era como si suplicara perdón a la chica, por el dolor que le había ocasionado.

Al terminar su tarea, Juan intentó regresar con sus compañeros, sin embargo una fuerza invisible se lo impidió. Al amanecer, los chicos percatandose de que no retornaba, se dirigieron al panteón para saber qué había pasado con Juan. Rápidamente llegaron a la sepultura correcta. Entonces observaron que el cuerpo de su compañero yacía muerto al lado de la tumba de su novia. Pero lo más intrigante era que la capa del chico estaba clavada totalmente sobre la tapa del féretro de la suicida.

Todos lamentaron la extraña muerte de Juan. Sin duda, esta es una de las más extrañas y al vez bellas leyendas ecuatorianas.

El huiña huilli de Bolívar

Esta otra de las leyendas ecuatorianas tiene que ver con un tahúr profesional, quien disfrutaba de hacerle trampa a sus rivales en las cartas, en la región de Bolívar.

Pero primero debemos explicar que un ‘huiña-huilli’, es un demonio capaz de transformarse en bebé, y que castiga a los seres egoístas y bebedores de alcohol.

Cierta noche este tahúr se marchó de la cantina con la bolsa repleta de monedas. Entonces los aldeanos, cansados de los timos de José (ese era su nombre), le dieron una caja de vidrio llena de luciérnagas. De esta manera todos podrían saber cuándo el ladino hombre se acercaba al poblado, para refugiarse velozmente en sus hogares y no cruzarse con él.

Entonces, mientras vagaba por los alrededores de la quebrada de Las Lajas, José oyó nítidamente los sollozos de un bebé. Pero como buen tahúr, poco le conmovía el sufrimiento de los demás. No obstante el llanto del recién nacido era tan claro, que se vio obligado a buscar al bebé para socorrerlo. Pero mientras descendía la cuesta, se le cayó la caja de las luciérnagas, quedando rodeado de tinieblas. Pero a pesar del accidente encontró al bebé, al que cubrió con su capa, calmando así de inmediato el llanto de la criatura.

La voz de la criatura

Una vez de retorno, José se percató de que la parte de su torso contra la que apoyaba al bebé, comenzó a calentarse demasiado. Entonces instintivamente intentó poner a la criatura en el suelo, pero en ese instante sintió que una afilada garra se le clavaba en el vientre.

En el acto una voz casi cavernosa le increpó con las siguientes palabras:

-Ya te tengo, ahora me perteneces y voy a devorarte.

Entonces un trémulo José respondió:

– ¿Pero por qué?, si yo no te he causado mal alguno. Más aun, te acabo de salvar la vida.

– Eres un ser en extremo egoísta, y gentes como tú merecen morir -replicó la aterradora aparición.

No obstante el ladino José siguió suplicando reiteradamente por su vida hasta que se desvaneció, producto del gigantesco pánico del que era presa. A la mañana siguiente, los rayos del sol sobre su cara lo despertaron. Pero en lo que se puso en pie, volvió a escuchar los sollozos de la criatura. Sólo entonces José entendió que no había tenido un sueño. Tampoco habían sido alucinaciones producto de una noche de copas y juegos. De tal manera que juró no volver a ingerir licor ni timar a los jugadores incautos.

Leyendas riobambeñas

Pero no sería posible hablar de las leyendas ecuatorianas sin incluir las leyendas de una de las ciudades y cantones más importantes de dicho país. De tal manera que ahora le corresponde el turno a las que tienen su origen en Riobamba.

El luterano y el escudo de Riobamba

Refiere la leyenda que un extranjero que había arribado a la región de Guamote, vivía de alquilar su jamelgo a quien lo necesitara.

Pero además tenía otra entrada de ingresos, que consistía en trasladarse a la provincia de Riobamba, en donde apelaba a la caridad a los ciudadanos. Aunque no lo hacía como la generalidad de los menesterosos, con aquella voz de que «una limosnita por el amor de Dios».

Este personaje les decía directamente que le regalaran bien dinero o un mendrugo de pan.

Lo más sorprendente tuvo lugar el día en que nuestro personaje entró a un templo, y mientras se celebraba la misa para celebrar a San Pedro, se aproximó al cura, y le arrebató la hostia de sus manos.

Los feligreses no pudieron sino condenar semejante herejía. Para lo cual desenfundaron sus espadas, dando muerte al blasfemo. Luego se hicieron las indagaciones, donde se estableció que el forastero era un luterano que había perdido la razón.

La noticia se extendió por todas partes hasta llegar a Quito, la capital del país. En esa ciudad el presidente municipal solicitó que el cadáver de aquel extranjero fuera incinerado inmediatamente.

Pero el caso fue tan sonado que hasta rebasó las fronteras. Tanto así que se dice que la noticia del suceso fue conocida por el rey de España, quien inmediatamente concedió al presidente municipal, un nuevo escudo de armas. Esa era su forma de agradecer por velar por las doctrinas de la Iglesia católica.

Así finaliza otra de las leyendas ecuatorianas.

El descabezado de Riobamba

Como bien se puede entender, Riobamba durante los tiempos de la Independencia, al hacer la noche era -como el resto de las comunidades del país- arropada por la oscuridad.

Cantaba el sereno la medianoche, la hora de las hechiceras y de ánimas en pena, para el momento que se escucharon los cascos trotones de un caballo. Y ya que por aquellos lejanos días la gente solía dormir con un ojo abierto, por la angustia que las generaba la guerra, los riobambeños saltaron de sus camas para asomarse por las ventanas.

Habían pensado que se trataba un correo que traía noticias al Corregidor, pero lo que vieron era tan diferente a lo que esperaban, que quedaron de piedra detrás de sus ventanas.

Frente a sus ojos había algo de otro mundo. Se trataba un alma en pena, seguramente de algún insurrecto. La espeluznante ánima cabalgaba un caballo negro, y eran un espectro sin cabeza. El espanto llevaba el cuerpo cubierto por un poncho tan negro como el jamelgo que montaba. Además llevaba pantalón negro... Sí, era una aparición totalmente oscura, en medio de la noche oscura.

La impresión fue tal, que aquel decapitado la mañana siguiente se convirtió en tema ineludible de la conversa de los moradores de la ciudad. Al cruzarse por la calle no dudaban en indagar que sabían unos y otros del aterrador episodio de la noche anterior.

-¿Qué sabe Ud? –preguntaba uno.

- Pues no mucho, aunque anoche casi muero de miedo. ¡Imagínese que vi con mis propios ojos al ‘Descabezado’! –respondía el otro.

- Seguro es el espíritu de alguna mala persona que recoge sus pasos de canalla por este mundo de los vivos.

Sábados de encierro

El ‘Descabezado’ –pues así fue bautizado por el pueblo- fue visto por primera vez un día sábado. Una semana después, es decir, el siguiente sábado, el espectro regresó, tal como lo siguió haciendo todos los sábados siguientes. Entonces todos los riobambeños eran presa del pánico y el terror.

Pero la verdad casi siempre resulta ser distinta a la que se desprende de las conclusiones tonadas en medio del miedo. Ahora, con cabeza fría, con la cabeza que habían perdido tanto el supuesto fantasma como toda la gente asustada de la ciudad, busquemos la verdad en medio de la oscuridad de aquellos tiempos.

Si nos detenemos en la ventana de la casa una noche de sábado, al advertir el galope de aquel diabólico jamelgo, veremos cómo se crispan los nervios de los supersticiosos habitantes de la ciudad. También observaremos como franquea la puerta de alguna casa el tenebroso caballo, para llegar al patio, donde desmonta el ‘Descabezado’ pausadamente de su caballo.

Entonces también podremos ver, aunque claro que desde la tranquilidad de la ventana de nuestros tiempos, como se retira el poncho negro el jinete ‘descabezado’, y así el misterio se nos aclara. Y es que vemos que el fantasma realmente tiene cabeza, aunque una cabeza tocada con un sombrero de paño duro, igual a que utilizan los indígenas de la zona; un sombrero de alas bajas sobre cuales se afincó el poncho. Luego podremos ver como en la escalera de la casa le recibe una feliz y hermosa damisela.

Un cura nada célibe

Y resultará que el jinete es un cura doctor del pueblo vecino de San Luis. ¿Qué cómo se lama? La verdad su nombre es lo de menos, pero si ustedes lo permiten lo llamaremos Pedrosa.

También resulta que el Dr. Pedrosa, era un hombre de muy bien vestido, todo un dandi muy galante. Y que de cura sólo tenía la sotana.

¿Qué cómo había conocido el Dr. Pedrosa a la bella Mariquita Fuentes? No importa mucho saberlo. Debe bastarnos conocer que el Dr. Pedrosa supo engañar de tal modo a la chica, que en poco tiempo ésta sucumbió a sus encantos.

Una vez en su red, el clérigo pensó la mejor manera de sostener sus encuentros amorosos con su bella amante, sin despertar murmuraciones y menos aún escándalos. Así que determinó que lo más apropiado era fingir la aparición de aquel horrible espectro, al que el propio pueblo rápidamente bautizó como el ‘Descabezado’.

Y de tal modo ya nadie dudaba de que se trataba de un visitante del mundo de los muertos, cuando en realidad era un cura enamorado, y muy vivo.

En el vecino San Luis subía al caballo prieto, y se “quitaba” la cabeza en el camino, colocándose el poncho sobre el sombrero. Entonces, convertido en esta espeluznante criatura, se paseaba un rato por las calles de Riobamba, aterrando a sus ciudadanos, quienes se encerraban en sus casas.

Ya sin ojos curiosos tras las ventanas, tranquila y despreocupadamente el cura enamorado y más vivo que todos en la ciudad, entraba galante y rijoso en la casa de sus delicias. Igual estrategia aplicaba para regresar a su templo.

La valentía de dos chicos

Mientras tanto el ‘Descabezado’ continuaba siendo el centro de los comentarios de la ciudad. Nadie se atrevía a pisar fuera de su casa los  sábados al caer la noche, no importaba su se le estaba muriendo alguien muy querido. El sentido común se imponía, y éste decía que había que cuidarse, y cuidarse era encerrarse en casa los sábados por la noche, para no toparse con el espantoso espectro.

Pero como siempre hay alguien que duda de todo, dos alocados y temerarios chicos se propusieron cerciorarse de que realmente se trata de un muerto sin cabeza el que tenía encerrada a toda una ciudad, las noches de sábados; precisamente cuando ellos querían ir de farra. No obstante una visión de otro mundo se los impedía. Sí, urgía resolver aquel problema.

Vivía esta yunta uno frente al otro, y para alcanzar su objetivo planificaron tender una cuerda de casa a casa, cruzando la calle. Pero las casas del Riobamba de entonces eran bajas, lo que les facilitaba las cosas. Así que se instalaron uno de esos sábados por la noche, cada quien en su ventana y con una punta de la cuerda lista en mano para tirar.

Y llegaron las temidas doce campanadas, con lo que de inmediato llegó de la nada el aterrador ‘Descabezado’, a galope en su negro corcel. Ese era el momento preciso; entonces los chicos tiraron de la cuerda y ataron cada extremo en las rejas de sus respectivas ventanas. Sólo restaba esperar, y eso hicieron los intrépidos muchachos; aunque fueron breves instantes, porque casi enseguida pasó el espectro a todo galope. Y súbitamente sintió un duro golpe en el pecho, que lo derribó del animal dando varias vueltas por suelo.

El vergonzoso final del ‘Descabezado’

Suponiendo que un fantasma real no podía ser derribado de aquella manera tan vergonzosa, los chicos salieron entre risas a la calle, portando sendas velas, para conocer la identidad de la persona que sin duda se hacía pasar por un fantasma sin cabeza.

Y allí estaba el cura bandido enamorado, sollozando más por el honor herido por aquellos mozalbetes, que por las contusiones de la fuerte caída. Entonces los chicos le retiraron el disfraz mientras le ayudaban a incorporarse, y su hilaridad fue tal contagió a toda la ciudad, al descubrir que se trataba del sacerdote de la vecina población de San Luis.

Al amanecer en Riobamba todos estaban liberados. Ya nadie tendría que esconderse en su casa los sábados por la noche. Los chicos habían hecho el milagro de descubrir al cura bribón. Se dice luego de aquel suceso los riobambeños son muy valientes en eso de fantasmas y apariciones, con clara tendencia a cerciorarse primero antes de que cualquier ánima en pena les robe una noche de sábado.

El Agualongo

Siendo esta ruto de las leyendas ecuatorianas, es obligatorio hacer un alto en la historia del Agualongo. Y para ello nos remontamos al 4 de febrero de 1797. Fue éste sin dudas un día muy triste para los habitantes de Riobamba. Un fuerte terremoto hizo que una parte del cerro Cullcase se viniera abajo, sepultando algunos barrios bajos de la ciudad.

Eran apenas las seis de la mañana cuando Riobamba fue sacudida por uno de los sismos más terribles que haya golpeado al Ecuador. Se cree que pueden haber muerto más de seis mil personas. Estudios más recientes revelan que la intensidad del mortífero terremoto alcanzó los increíbles 8.3 en la escala de Richter.

Luego del aciago suceso, los sobrevivientes se fueron trasladando paulatinamente a las planicies de Sigsigpamba, donde hoy tiene su asiento la Sultana de los Andes, como se le conoce. Pero El Agualongo ya lo sabía. Y es que relata el mito que el terremoto había sido anunciado por El Agualongo. Resulta que en el templo principal de la primigenia Villa de Riobamba, había bellas estatuas que engalanaban sus muros exteriores. Pero dichas estatuas no solo eran de santos, sino que también las había de personajes paganos que eran adorados por las tribus locales.

Y una de estas estatuas, era la del Agualongo. La misma representaba a un niño aborigen tejedor, que laboraba en las obras de aquellos días de la Conquista. La escultura tenía una alzada de alrededor dos metros y había sido una gentil donación de don Baltazar Carriedo, noble que no obstante gozaba de fama de tacaño.

La estatua que intentó hablar

Apenas un día antes del terremoto, es decir el viernes 3 de febrero, mientras se llevaba a cabo la feria en la Plaza, justamente a las once de la mañana se oyó un extraño estruendo que inquietó a la población. El fuerte ruido se extendió por algunos minutos. Entonces los ciudadanos comenzaron a sentir miedo al no poder discernir qué podía estar provocando aquello.

Luego de una pausa, nuevamente a las doce del día se escuchó el mismo ruido, aunque esta vez más aterrador, y parecía provenir del Nudo de Igualata (macizo montañoso). Y se repitió una vez más hacia las dos de la tarde. En ese momento, casi todo el pueblo se encontraba reunido en la plaza, conversando sobre los aterradores sonidos que rugían sobre la ciudad, quizás pensando que provenían de algún ignoto volcán.

Pero los misteriosos ruidos no cesaban, lo que quizás representaba –a juicio de los locales- una advertencia de alguna terrible desgracia que se aproximaba. Y de esta forma a las cuatro de la tarde, volvió la ciudad a estremecerse con aquel rugido que suponían provenía de la montaña. En ese momento todos dirigieron la vista hacia la iglesia, más específicamente al muro que daba a la plaza, donde sobre el cual descansaban varias de las estatuas antes descritas.

Sorprendentemente la gran estatua del Agualongo empezó a girar lentamente sobre su base. Completó una vuelta entera hasta regresar a su posición original. Espantados los hechos y ya caída la noche, todos se marcharon a sus casas, sin poder interpretar lo que la estatua del niño tejedor les estaba advirtiendo. Pero después del terremoto que arrebató la vida a más de seis mil personas, los sobrevivientes aseguraban que el Agualongo había dado la vuelta, para contemplar una última vez su bella ciudad.

El duende de San Gerardo

En el poblado de San Gerardo, muy cercana a Riobamba, se desarrolla esta otra de las leyendas ecuatorianas.

El protagonista es un tipo llamado Juan, quien trabajaba en un sitio del bosque, muy retirado del pueblo.

Para poder llegar a su trabajo, Juan debía atravesar el tupido bosque. Por lo cual diariamente salía de su hogar antes de las ocho de la mañana.

Después de dos extenuantes horas de caminata, arribaba al lugar para inmediatamente comenzar su faena hasta pasadas de las ocho de la noche. En ese momento regresaba a su casa, siguiendo la misma ruta.

En una oportunidad que nuestro Juan retornaba a su hogar, sintió la inquietante sensación de que alguien los seguía. Pero decidió ignorar los hechos, luego de pensar que quizás era el viento que movía el ramaje de los árboles detrás de él.

Cuando hubo caminado un buen trecho, escuchó una voz que claramente le advirtió:

– Por ningún motivo mires para atrás. Lo único que deseo es que me entregues el cigarrillo que llevas en tu mano.

Nadie conoce el motivo que impulsó a Juan a obedecer. No obstante lo que importa es que el siguiente día, para que lo le faltasen cigarrillos, Juan se llevó una cajetilla entera.

De nuevo, cuando regresaba y en el mismo punto de la noche anterior, la voz le pidió otro cigarrillo. Pero esta vez Juan se hizo el desentendido, aunque logró ver por el rabillo del ojo que quien le hablaba era un hombrecillo de muy baja estatura, que portaba en su mano izquierda un látigo, mientras que con la derecha sostenía un sombrero ridículamente grande.

El consejo de la madre

Al entrar en su casa, el hombre le narró a su mamá lo acontecido. Entonces ella le aconsejó que desde el siguiente día no dejara de su hogar sin portar una cruz consigo para que lo protegiera.

Entonces Juan al día siguiente se llevó la caja de cigarrillos y el crucifijo en el bolsillo de su pantalón. Pero en esta oportunidad el duende no le exigió un cigarrillo, sino que por el contrario le atacó a latigazos por la espalda.

Podrán imaginarse que el dolor que Juan sentía era enorme. Por lo cual no tuvo más remedio que armarse de valor y sacar la cruz del bolsillo y mostrarla al agresivo duende.

De esta manera el espectro se desvaneció en las sombras del bosque y jamás lo volvió a ver. Pero como esta, se cuentan muchas otras historias similares, sobre encuentros que sostuvieron numerosos lugareños con el duende de San Gerardo.

Esperamos que esta otra de las leyendas ecuatorianas te halla gustado. Pero aún hay más...

La silla del cementerio

Los panteones de los cementerios son sitios de encuentro entre la vida y la muerte. Esto se debe a que cada vez que se sepulta una persona, sus deudos asisten para brindarles el último adiós.

No obstante algunos escritores de leyendas ecuatorianas, sostienen que sobre estos lugares hay miles de mitos que merecen ser contados. Y tal aseveración resulta cierta, toda vez que si las lápidas tuvieran el don del habla, seguramente narrarían infinidad de crónicas fantasmales.

Pero ahora, apartándose de las historias de terror, les traemos una crónica más parecida a una historia de amor.

Se refiere a un matrimonio que por los avatares de la vida, había llegado a la ciudad de Riobamba a finales del siglo XIX.

Eran dos personas que compartían gustos y hobbys. No obstante lo que más les llenaba era efectuar obras que tendieran al bien social.

Pero nadie pudo predecir la tragedia que estaba por castigar al matrimonio. Así el infortunio atacó a Elizabeth, tal como se llamaba la esposa, la que enfermó súbitamente para morir después de luchar varios unos meses contra un desconocido padecimiento.

Recuerdo imperecedero

Su muerte destrozó el corazón de Jozef, su esposo. Y se obsesionó de tal modo que no podía sacar la imagen de su mujer de sus pensamientos. Pero lo peor es que el desdichado pasaba día y noche tendido en la tumba de su esposa.

Es bueno aclarar en este punto que ambos esposos eran extranjeros. De tal manera que la ley les confería un lapso de tiempo preciso para permanecer dentro del territorio ecuatoriano. No obstante cuando el tiempo se venció, Jozef se rehusó totalmente a abandonar la sepultura de su mujer, alegando que en su país ya no tenía a nadie.

Ante semejante sufrimiento las autoridades no pidieron sino mostrar conmiseración con el desdichado extranjero, a quien permitieron continuar visitando en el cementerio todos los días. Entonces se hizo común, que todos quienes acudían al cementerio podían observarlo sentado en una silla, junto a la tumba de su amada esposa.

Se dice que en oportunidades, el fiel amante le leía los poemas de su libro preferido.

Algunos años más tarde Jozef también falleció, siendo sepultado junto a su amada compañera. Al final de la sencilla ceremonia, los enterradores colocaron una silla frente a la doble tumba, como imperecedero recuerdo de aquel amor tan sublime.

Y así termina una de las más conmovedoras leyendas ecuatorianas.

Leyendas de la costa

Ahora nos centraremos en algunas de las leyendas ecuatorianas de la costa (cortas). Son numerosas, pero entre las más conocidas sobresale un grupo de seis que en breve te mostramos. Pero antes debemos recordar que la costa ecuatoriana puede jactarse de contar con una rica cultura popular muy propia. Es de esta manera que logra diferenciarse del resto del país, y no sólo en este aspecto.

Tal diferencia deriva un largo proceso con matices políticos, sociales e históricos alimentado por la ancestral rivalidad entre quiteños y guayaquileños, rivalidad que pareciera dejar entre su fuego cruzado al resto de la nación. No obstante su influencia en el moldeo de la identidad ecuatoriana es incuestionable.

La ventaja e influencia de los puertos marítimos en la economía agrícola, centrada en una masiva exportación, propició el intercambio cultural con diferentes naciones; además de la madre patria, España. Quizás por esa razón, la herencia cultural de la región ha sido más liberal respecto a la tradición católica del resto de la nación.

Todos estos elementos terminaron galvanizando una suerte de regionalismo costeño, que se manifiesta claramente en la rica diversidad de sus leyendas. En éstas, lo más resaltante es su capacidad de combinar la fantasía con el lado humano de las cosas, así como lo referente a la naturaleza y lo diabólico.

Comencemos pues, con seis de las mejores leyendas ecuatorianas de la costa.

La Tacona

Esta otra de las leyendas ecuatorianas se desarrolla en de la localidad de Esmeralda, y relata las correrías del fantasma de una bella chica que deambula las calles en noches de luna llena, seduciendo a los hombres que encuentra a su paso. Pero dichos hombres fallecen de terror, cuando la hermosa dama les revela su verdadero rostro: el horrible rostro de una calavera.

El mito relata que la dama murió después de haber sido violada, una noche de luna llena en una solitaria calleja de la ciudad. Pero como su espíritu no discernía que había fallecido, retornó a casa donde se duchó y maquilló para librarse de la sangre y la suciedad. Entonces prometió frente al espejo, que jamás permitiría que hombre alguno volviera hacerle daño.

Y siguiendo esa premisa se lanzó a las calles, a recorrer los bares para conquistar a hombres perversos. ¡Pero cómo no lograr su cometido, con su elegante y seductor vestido escarlata y aquellos zapatos de tacón alto!.

El hombre arrepentido

Se cuenta que en una oportunidad un hombre muy guapo la convidó a la playa, aceptando ella de inmediato. No obstante el galante hombre se transformó en un animal e intentó forzarla. Y sólo se detuvo cuando al ver su rostro descubrió que la mujer realmente era un horrible espectro, echándose a correr desesperadamente. En la loca carrera llegó sin proponérselo al cementerio. Allí, para su mayor sorpresa, alcanza a leer el nombre de aquella mujer que lo perseguía, en una de las lápidas.

También dice el mito, que varios años después el otrora salaz hombre visitó la tumba de la chica para dejar sobre ésta una rosa roja. Pero algo pasó cuando se hallaba hincado agradeciéndole al espíritu de la mujer, por haberlo hecho cambiar aquella noche, pues ya no abusaba de las mujeres. Entonces el arrepentido hombre sintió una voz que le decía: “Haz hecho bien”. Y al voltear, el hombre pudo ver que una elegante dama vestida de rojo se alejaba.

El Tintín donjuán

Este se trata de un personaje de la mitología montubia (campesinos de la costa) relacionado al Demonio, y es una de las leyendas ecuatorianas más conocidas. Nos referimos a una criatura de mediano tamaño, orejas muy grandes y afiladas, que suele llevar el tradicional sombrero de jipijapa. En los pueblos litoralenses detallan su cara como espeluznante, propia de un ser salido del averno.

Según el mito, esta criatura infernal intenta enamorar a las mujeres para embarazarlas. Para lo cual emplea todo tipo de añagazas. Pero una vez conquistadas, las abandona. Suele prometerle villas y castillos, les habla palabras amorosas, les canta sus canciones preferidas al son de la guitarra, aunque también puede, sin más, abusar de ellas. Esta especie de duende gusta ocultarse en los callejones más peligrosos. Aunque también sale en los campos, donde busca chicas bellas, a las que persigue hasta sus hogares.

Algunos cuentos advierten de su capacidad para escabullirse por agujeros y hasta de atravesar muros, para luego ocultarse bajo la cama de las desprevenidas chicas. Una vez embaraza a la chica, el enano y pérfido don juan huye, para luego buscar otra damisela. Su presencia y fechorías eran reportadas mayormente en los tiempos coloniales, y quizás hasta poco después. Era la época cuando las mujeres no acostumbraban andar solas por la calle. De tal manera que si en alguna familia una damisela resultaba embarazada, se culpaba de hecho al ladino Tintín.

Así concluye otra de las leyendas ecuatorianas de la costa. Muy conveniente para ocultar amores prohibidos, ¿no les parece?

El cerro del muerto

El nombre que distingue esta otra de las leyendas ecuatorianas, proviene de una serie de promontorios rocosos del litoral, ubicados cerca del El Morro. Los reportes de los primeros colonizadores, dan cuenta de que éstos atisbaron unas elevaciones desde el océano, la cuales en su conjunto semejaban a un ser humano tendido con las manos sobre el pecho.

Desde el mismo momento corrió la especie de un ambiente pesado y turbador que envolvía aquella zona. Se pensaba que era un lugar embrujado, ya que antiguamente los muertos eran enterrados en la zona en vasijas de gres, con todas sus vestimentas. Se rumoreaba por aquellos lejanos días, que las ánimas en pena llegaban a medianoche a rezar en la iglesia de la villa. Otros relatos aseguran que habitantes de villorrios cercanos, aún pueden escuchar las melodiosas notas de una banda musical, ya entrada la noche.

El hueso de vaca

Esta leyenda de la provincia de Manabí nos habla de la historia de una chica muy bella y honesta, que habitaba la casa conocida como “La Floresta”, en el camino que conduce de Chone a Canuto. En una pobre choza de los alrededores, impregnada con olor a azufre, moraba un anciano de muy fea apariencia: de larga barba y harapiento.

Pero el caso era que el andrajoso viejo se había enamorado locamente de la hermosa joven, llamada Dulce María. Más sin embargo, el anciano jamás le reveló sus sentimientos. Un día los progenitores de la bella muchacha se dirigieron al pueblo en busca de suministros, dejando a la misma sola en su hogar. Entonces la chica salió a regar el jardín y a cuidar las flores que crecían en él.

Sorpresivamente una res negra apareció de la nada, para perseguirla por todas partes. La chica trató de huir dirigiéndose al interior de la finca, pero lamentablemente tropezó con unos juncos, para inexplicablemente caer muerta a los pies de un frondoso matapalo. Cuando sus padres regresaron en la tarde, se encontraron el cuerpo sin vida de su amada hija, acompañado de la vaca, en medio de un penetrante y desagradable olor a azufre. Aunque la casa y todo el jardín igualmente despedían el mismo fétido olor.

Pasados algunos días a los supersticiosos moradores del pueblo, le pareció raro que no habían vuelto a ver al andrajoso anciano de la choza. Entonces resolvieron entrar en su casucha, donde únicamente hallaron un hueso de vaca. ¡El anciano había desaparecido! Otra versión diferente de los hechos, señala que el hueso de res fue hallado no en la choza, sino en el matapalo; toda vez que la casa del viejo andrajoso estaba desierta, y vacía.

La Tunda

La Tunda es otra de las leyendas ecuatorianas que se siguen contando, a pesar de que ahora vivimos en el siglo del Internet y la inteligencia artificial.

El mito nos refiere el caso de una mujer tan horrible como malévola, que mora en las profundidades de la selva en el norte de la provincia de Esmeraldas. Es una zona tan tupida por la fronda que en únicamente se ve oscuridad. En ese ambiente aterrador se oculta nuestro espantoso personaje, el que cuenta con un pie renco y otro tan chico como el de un recién nacido.

La aterradora mujer suele llevarse a las entrañas de la oscura selva a los niños indisciplinados, especialmente a los que carecen del sagrado bautismo; así como a los hombres que engañan a sus esposas y a las mujeres disipadas. Sí, como lo imaginas tiene mucho trabajo y debe mantener la selva repleta de personas. No obstante a todos los mantiene con vida, brindándoles de comer nada menos que langostinos y camarones. Así que tan poco pude acusarse de mala anfitriona.

Lo que sí debe alertarnos, es su capacidad para engañar a sus eventuales víctimas, pudiendo adoptar la forma exacta de un allegado. Un viejo relato refiere que la mujer se convirtió en una gallina de color blanco. El objeto de la transmutación era atraer a un travieso chiquillo que había salido de su vivienda a perseguir gallinas extraviadas. Además, como suele asociarse con la oscuridad de la selva, se le personifica como una mujer de piel negra y maloliente.

El naranjo de Chocotete

Este mito es sobre un naranjo en la región de Chocotete, provincia de Manabí. El árbol siempre contaba con frutos, sin importar la época del año; pero los mismos sólo podían ser comidos en el mismo sitio. Lo extraño era que todo el pueblo ignoraba el motivo. La leyenda era frecuente entre las mujeres de la época, que tenían la costumbre de utilizar los riachuelos de Chocotete para lavar, con lo que solían comer la dulce y jugosa fruta durante la ardua tarea.

Pero cierto día un travieso muchacho quiso llevarse a casa unas cuantas naranjas. De vuelta el camino cambió como por arte de magia, llenándose de cactus, moyuyos y cerezos. Entonces el chico comenzó a oír voces escalofriantes. Y ya muy aterrado, el muchacho intentó regresar a los manantiales, pero fue en vano, toda vez que no pudo encontrarlos en su lugar donde se suponía debían estar.

Pero además la vegetación parecía cobrar vida: los animales chillaban con insistencia; muchos pájaros volaban dislocados entre la fronda, mágicos peces coloridos saltaban de sobre una laguna recién aparecida. No obstante en medio del estropicio, el joven logró huir por un estrecho sendero hasta llegar al naranjo.

Nada más llegar, se lanza al suelo agotado; mientras las naranjas que llevaba en la bolsa caen a los pues del extraño árbol. En ese momento y de forma inexplicable, el paisaje cambia nuevamente para regresar a su apariencia regular. Entonces oye el inconfundible ruido las lavanderas y corre en su auxilio. El travieso joven narra lo acontecido a las lavanderas, y en se mismo instante las ramas del naranjo sueltan una atronadora y espeluznante risotada.

Leyendas del oriente ecuatoriano

Ahora nos pasearemos un rato por algunas leyendas ecuatorianas del oriente. La idea es que este mágico país se vea en su totalidad reflejado en este post.

Pero primero debemos señalar que esta vasta región está integrada por siete provincias. Abarca un espacio de alrededor de los 120 mil km², caracterizada por una exuberante vegetación.

Lomita con la Cordillera de los Andes, Perú y Colombia. Su topografía la componen un gran número de montañas que nacen en los Andes Orientales, para descender hasta la llanura amazónica. De esta manera puedes tener una idea clara, de cómo la cultura de la zona es influenciada por la mágica naturaleza que la arropa.

Ahora sí veamos algunas de esas leyendas.

Leyenda del águila

En esta, nuestra primera de las leyendas ecuatorianas del oriente, no trasladaremos hasta Muyuna, al oeste de la ciudad de Tena. Allí hay una roca grabada con la forma de un águila legendaria. Es uno de los tantos petroglifos del país, que inspira una bella leyenda de hace ya muchísimos años. Se remonta a cuando Tena aún no era conocida por este nombre.

Se cuenta que en aquellos remotos tiempos, arribó a la villa un águila que se dedicó a la infausta tarea de comerse a los animales de los lugareños. Cada día desaparecía al menos uno. El ave de rapiña no perdonaba ni trompeteros ni pericos, tampoco monos. Ni que decir de las gallinas.

Un animalista de otro mundo

Así que un día, cuando ya la gente no soportaba más y su enfado era irrefrenable, paso por la villa un ‘chulla maui’ o duende bueno de la selva.

El extraño ser caminaba saltadito por que tenía un solo pie, lo que lo hacía graciosa no obstante si condición de duende. Entonces las compungidas y desesperadas mujeres de la comarca aprovecharon para trabar conversación con él. Así fue como le contaron sobre la voraz águila que se llevaba sus queridos animalitos.

El ‘chula maqui’ se ofreció para ayudarles. De tal modo que esa misma noche se quedó a dormir en la villa. Se despertó muy temprano para atar una guanta (lapa) en el solar de una de las casas. Entonces esperó. Sobre las diez de la mañana se recortó la figura del águila en el cielo azul. Y claro que vio al animalito desvalido y manso atado en el patio. Entonces se lanzó en picada contra su tardío desayuno.

Cuando le clavó las afiladas garras, el duende cojo la tomó fuertemente de las patas. Luego, girándola sobre su cabeza, la aventó lo más lejos posible. La lanzó con tanta fuerza, el ave se estrelló en la distante Muyuna y en una roca se quedó grabada su forma.

La llorona

Esta es una de las leyendas ecuatoriana que nuestros antepasados han contado a los niños durante algunos siglos, es decir, desde la época de la Colonia. Es una narración tan aterradora como triste, que aún mora en la memoria de la gente. Pero lo más curioso es que muchas personas afirman que es cierta.

Hace años, tantos que no podrán contarse con precisión, en una pequeña villa moraba una jovencita que llevaba el nombre de la más pura de todas las madres. Tenía agradable aspecto. Incluso se cuenta que era la chica más bella de la villa y sus alrededores. Pero por ser tan hermosa, María se creyó superior a los demás.

Conforme María crecía, crecía su hermosura. Aunque también su orgullo parecía crecer en la misma proporción. Y ya cuando era una joven mujer, ni siquiera se dignaba mirar a los hombres casaderos de su villa. No los sentía al nivel de su belleza, no eran lo bastantemente buenos para merecerla. María solía decir que sólo se casaría con el hombre más bello de la Tierra, porque una princesa como ella sólo podía ser de un príncipe de ensueño.

Entonces cierto día, a la villa de la bella María llegó cabalgando un brioso caballo un hombre que parecía ser el que la chica había soñado. Era un ranchero chico muy apuesto, que además era hijo de un acaudalado hacendado de los llanos del sur. Pero además de guapo era un joven temerario, que podía cabalgar como dicen lo hacían los indios comanche. Él tenía la creencia que no era de machos montar un corcel si éste no era la mitad salvaje.

Pero aún hay más de esta otra de las leyendas ecuatorianas de terror. Veamos como continúa.

La estrategia seductora de María

Y como si todo lo anterior fuera poco, también tocaba la guitarra con maestría y cantaba excelentemente. De tal forma que María supo que ya no debía esperar más. Ese era el hombre de su vida. Y ella conocía muy bien los trucos para captar su atención. Así que cuando se cruzaron en el camino y el ranchero intentó hablarle, ella se mostró indiferente. Se dice que entonces el joven perdió la cabella por la bella María.

Pero el joven guapo y acaudalado no aceptaría un no por respuesta. Así que fue en la noche a casa de la chica para llevarle una serenata con su guitarra, No obstante la caprichosa y bella joven ni siquiera se asomó a la ventana.

Luego se rehusó a recibir todos costosísimos obsequios que el pretendiente le enviaba. Y mientras más se resistía María, más se enamoraba el ranchero. "¡Que muchacha más altiva! ¡Oh María, María!", se repetía internamente el ranchero enamorado. Entonces juró que se ganaría su corazón y se casaría con ella, al precio que fuera.

Así todo iba saliendo como la bella y astuta María lo había planificado. De tal manera que muy pronto, ambos jóvenes se comprometieron y rápidamente contrajeron matrimonio. Ya de casados, todo inició bien. Pronto llegaron los hijos, más precisamente dos bellas criaturas. Sí, era una feliz familia. Pero luego de algún tiempo, el guapo ranchero regresó a la vida de potro salvaje de las llanuras.

Así que armó su petaca y se fue del pueblo durante meses. Y cuando por fin regresó al hogar, sólo fue para ver a sus dos vástagos. Daba la impresión que ya no le interesaba la bella María. Se decía que pensaba divorciarse de María para casarse con una dama de su clase.

Del amor al odio…

Con el orgullo herido, María cambió el amor por odio a su vaquero. Pero ese feo sentimiento fue afectando al resto de su familia, ya que llegó al extremo de sentir ira hacia sus dos vástagos. Y tan sólo porque su infiel marido les prestó más atención a los hijos que a ella, la bella y orgullosa María.

Cierta tarde cuando María paseaba con sus dos vástagos por una hermosa calle que era adornada por frondosos árboles, en las cercanías del río, el vaquero se le aproximó en un carruaje. Para su sorpresa, una hermosa y elegante mujer le acompañaba. Él detuvo los caballos que tiraban del carruaje y saludó a sus retoños, pero ni siquiera le dedicó una mirada a la celosa María. Luego fueteó a sus caballos y se perdió en la distancia por la calle cubierta por las frescas sombras de los árboles.

Enseguida una ira espantosa se apoderó de la mujer, reflejándola contra sus dos pequeños críos. La triste historia refiere que en su odio la mujer tomó a las criaturas y las lanzó al caudaloso y profundo río. No obstante en la medida que regresaba por aquel sombrío camino, iba tomando consciencia de las consecuencias de su criminal acto.

Entonces corrió desesperadamente por el margen de aquel furioso torrente de agua, tratando de salvar a sus criaturas, pero ya era demasiado tarde, pues ni siquiera logró verlos nuevamente. El día siguiente un forastero llevó a la villa la noticia de que una hermosa mujer yacía sin vida a un lado del río.

El llanto por el río

Pero la mismísima primera noche en que la madre asesina “descansaba” en su tumba, los lugareños escucharon el tenebroso llanto de una mujer por el camino del río. Y luego de cerciorarse de que no se trataba fue viento que jugaba con sus mentes, no les quedó más remedio que concluir que se trataba de La Llorona.

"¿Dónde están mis hijos?", gritaba desesperadamente la espectral María.

Se cuenta que esa misma noche unas personas vieron a una mujer deambulando por la costa del río. Iba ataviada con una larga y blanca bata, que era la misma ropa que llevaba María el día de su entierro. Desde entonces, en más de una noche sombría, ha sido vista desandando por la costa del río que da a la calle arbolada. Y mientras camina llora por sus críos.

Fue en ese momento cuando dejaron de llamarla María, para “rebautizarla” (si cabe el término sin llegar a lo sacrílego) como La Llorona. Con tal nombre se le conoce hasta la actualidad. Con esta leyenda, como en muchas otras leyendas ecuatorianas de terror, se les pide a los niños no salir de sus casas por las noches. Porque La Llorona podría llevárselos, para siempre.

El triste canto del Ayaymama

Refiere esta, una de las más bellas leyendas ecuatorianas, que el cacique Coranke estaba casado con una linda india llamada Nara. La pareja tenía una hijita, que los amaba con toda su alma. Coranke era un cacique en extremo fuerte y valeroso. Cuando no estaba en la guerra estaba en la jungla cazando. Y se cuenta que disponía de una puntería infalible, pues como se dice «donde ponía el ojo ponía la flecha».

Mientras que de Nara hay que decir que además de hermosa era gran trabajadora. Su largo cabello parecía desprender la mágica lobreguez del ala del paujil y su cutis era tan terso como los pétalos de las flores silvestres. Era Nara especialista en tejer mantos de algodón. También era diestra en el arte de confeccionar hamacas y esculpía tanto ollas como cántaros de arcilla. Y por si fuera poco, con la misma maestría podía cultivaba el huerto de su cabaña.

Sobre su hijita pequeña, podemos decir que había heredado la hermosura de Nara. Sin duda era la más bella flor de toda la jungla. Pero como en esta, como en todas las leyendas, hay un villano. Se trata del Chullachaqui, el genio maligno de la selva. Esta criatura presenta figura de hombre, aunque se distingue porque tiene un pie humano y una pata de macho cabrío.

El Chullachaqui era conocido y temido por perseguir de las tribus aborígenes. Aunque también azotaba a los cazadores españoles que se internaban en la jungla para sacar el valioso caucho o para cazar caimanes y anacondas, de costosísimas pieles.

Diabólicamente enamorado

Se cuenta que los aventureros españoles eran ahogados por el malvado genio de la selva en los ríos de la remota región. Aunque en otras oportunidades prefería hacerles extraviar en la jungla, para que fueran atacados y devorados por las fieras que moraban esos intrincados parajes. Cierto día el perverso genio pasó cerca de la choza del cacique Coranke, y al ver a Nara se enamoró perdidamente de la mujer. Entonces, movido por ese sentimiento, se convirtió en pájaro. Y es que de esta forma podía estar cerca de la bella mujer, sin despertar sospechas del valeroso guerrero.

Pero el mítico genio no se conformaba con tan poco. Entonces se adentró en la jungla y asesinó a un indio al que despojó de su manta, con la cual se vistió el Chullachaqui para poder ocultar lo más característico de su cuerpo, es decir, la pata de macho cabrío.

Después arrebató a un indiecito su canoa y se marchó a la aldea de Coranke. Y nada más llegar y ver a la bella esposa del cacique le confesó su amor. Pero Nara lo rechazó porque amaba sinceramente a su marido. Entonces el Chullachaqui le suplicó al extremo de sollozar, pero todo fue en vano, pues la mujer no cambió de parecer.

Derrotado y afligido, el genio maligno de la selva se batió en retirada y desapareció por las aguas del río en la canoa. Pero Nara se dio cuenta que una de las huellas del rechazado pretendiente era igual a la de un macho cabrío. Entonces su de quién se trataba realmente. No había duda, era el temido Chullachaqui. No obstante le ocultó los hechos a su marido.

Otra extraña visita

Pasados seis meses llegó a la aldea un señor adinerado. Iba vestido con un ostentoso manto, y además llevaba tocada la cabeza con coloridas plumas. También lucía fastuosos collares en su cuello. Y el hombre se dirigió a la choza de Nara. El forastero dama más tenerla frente así, le proclamó su amor, al tiempo que le ofrecía mil de obsequios. Y luego añadió: «Conviértete en mi mujer y lo tendrás todo». Y todo esto lo decía mientras sostenía en una mano una hermosa guacamaya blanca, mientras en la otra reposaba un majestuoso paujil.

Pero la suspicaz Nara había observado discretamente las huellas de las pisadas  de este otro colorido pretendiente, advirtiendo que se trataba del mismo Chullachaqui de seis meses atrás, pero con apariencia distinta. Y apelando a todo su aplomo, le contestó de esta manera: «No hay duda de que eres muy poderoso, no obstante nada en el mundo me harpa abandonar mi amado marido».

Furioso y ya determinado a no aceptar una nueva negativa, el poderoso y maligno Chullachaqui lanzó un ensordecedor grito a la jungla y de las profundidades del río emergió una gigantesca anaconda. Volvió a gritar y como por arte de magia entró a la aldea un feroz jaguar.

- ¿Te das cuenta? -le dijo el malévolo genio de la jungla- yo soy el rey de la selva, y todas sus criaturas me obedecen. Así que haré que te maten si no te vienes conmigo.

- No me interesa, así que haz lo que tengas que hacer - respondió con determinación la bella Nara.

- Pues entonces asesinaré a tu marido –respondió el malvado espíritu, sabiendo que sólo eso podría persuadir a la mujer de irse con él.

Otra retirada y una terrible amenaza

No obstante el amor de la mujer no concebía una traición a su esposo, así que le replicó asegurándole que ella prefería morir.

Entonces el genio de la selva reflexionó y dijo lo siguiente:

- Podría llevarte a la fuerza en este momento, pero serías muy desdichada a mi lado. Así que regresaré en seis meses, y si te atreves a rehusarte nuevamente, te enviaré un castigo tan fuerte que nadie puede ni siquiera imaginar.

Y de esta manera el Chullachaqui se marchó de la aldea con sus dos temibles fieras y sus obsequios rechazados. Se marchó en la canoa, aguas abajo del río. Al llegar Coranke de su larga cacería, Nara no tuvo más remedio que contarle lo acontecido. Luego de pensarlo bien, el cacique optó por quedarse en la aldea hasta el regreso de Chullachaqui luego del tiempo anunciado.

La larga espera

Ahora llega el desenlace de esta otra de las más hermosas leyendas ecuatorianas.

En esos seis meses Coranke encuerdó un buen arco y se dispuso a hacer rondar por las inmediaciones de su choza.

Cumplidos los seis meses, el malévolo espíritu regresó imprevistamente y una vez frente a Nara, le dijo lo siguiente:

«Vente conmigo, no volveré a pedírtelo. Si te niegas transformaré a tu hija en ave, para que se queje eternamente en la selva. Y será un pájaro tan salvaje que nadie logrará verla. Pero cuando por fin logre ser vista, el hechizo se disipará convirtiéndose nuevamente en una persona».

No obstante la terrible amenaza, en lugar de ir con él Nara comenzó a gritar llamado a su marido.

Entonces el cacique llegó velozmente, templando éste su arco con la flecha enseguida, para destrozar el corazón del malévolo Chullachaqui. Pero lamentablemente este había huido a través de la espesura de la jungla.

Sin demora Coranke y Nara se dirigieron a la habitación de su pequeña y amada hija, pero estaba la hamaca vacía. Entonces desde las entrañas de la jungla, oyeron por vez primera el lastimoso canto: “¡Ay, ay, mama!”, que originó nombre del ave hechizada.

Leyendas para niños

Hay que considerar que las leyendas ecuatorianas para niños son cuentos que van pasando de generación en generación. Pero no son simples cuentos, sino que tienen la función de conectar adecuadamente la síntesis cultural de los pueblos (la que se hace en los sectores más populares), con elementos históricos.

Pero atrás han quedados los métodos usados en la antigüedad para mantener vivas estas historias, como la tradición oral. Y es que con el auge tecnológico (desde la imprenta hasta los teléfonos inteligentes, pasando, claro está, por Internet), las leyendas tomaron un cariz más popular. Esto se debe a que empezaron a estar disponibles para muchas más personas, especialmente niños, y en un lapso de tiempo mucho breve.

Pero veamos algunas de las más populares leyendas ecuatorianas para niños.

Fray Simplón y las palomas de San Francisco

Eran los tiempos en que los habían arrobado al “Nuevo Mundo” los conquistadores españoles. Como buenos católicos, ellos priorizaban la construcción iglesias en cada asentamiento fundado, con el propósito de reunir a la potencial y eventual feligresía, para poder formarla en la fe católica. De tal manera que en la incipiente, aunque ya majestuosa Guayaquil, por su ubicación de relevante importancia geopolítica en la Colonia, se edificó la Iglesia de San Francisco. Precisamente donde se ubica en la actualidad, más de tres siglos después.

Pronto los clérigos habían arribado a la ciudad para encargarse del templo. Y así este popular mito narra una singular realidad que le correspondió vivir al párroco de dicho templo, por aquellos remotos tiempos.

El cura y su amor por las palomas

El clérigo de nuestra leyenda, era caritativo y piadoso con todas las personas. Aunque esas virtudes se extendían a los animales, especialmente cuando les creía indefensos y vulnerables.

Quizás por ello su hobby preferido era alimentar y cuidar a las palomas. Por esta razón había reunido un numeroso palomar en lo alto del campanario del templo. Y allí gustaba de transcurrir su tiempo de ocio, entregado con fervor al cuido de esos pequeñas y plumíferas criaturas. Quizás por dedicar tanto tiempo a sus amiguitas voladoras, fue tachado de “extraño” y de distante con sus semejantes; culpandolo de actuar con simpleza y apatía. De esas características derivó que los habitantes de la ciudad lo apodaron como el “Fray Simplón”.

Pero por aquellos días, año 1726, Guayaquil fue sacudida por un sismo que se sintió en toda la región. Era la consecuencia de una erupción del volcán Cotopaxi. Con el movimiento telúrico numerosas estructuras se vieron afectadas, mientras que otras simplemente se desplomaron.

Entonces el señor Martín Bruno Sojo, en su condición de corregidor de la ciudad, efectuó un recorrido sus calles para constatar los daños. Y al llegar en su recorrido al templo de San Francisco, notó que el campanario había sido severamente afectado, mostrando profundas grietas en toda su estructura. Aunque los efectos del sismo sobre el elevado campanario, podían suponer la necesaria demolición del mismo, e incluso la del propio templo, “Fray Simplón” se dirigió al corregidor con su característico ánimo:

«Su señoría, pero si nada ha pasado aquí; fíjese cómo permanece firme el refugio de mis bellas palomas».

El plazo y la exigua ayuda del pueblo

La apatía y simpleza del párroco, que no reparaba en el peligro que representaba el desplome del elevado campanario, concitó el disgusto del corregidor. Y fue así como fijó un plazo de tres semanas para que el cura arreglara el campanario. Si no lo hacía en ese tiemplo, sería demolido.

Fue así como “Fray Simplón” tuvo que recurrir a la caridad, pidiendo limosna para poder reparar el campanario de su templo. Sin embargo los guayaquileños, concentraros en las reparaciones de sus propios hogares, prestaron poco interés por el clamor del fraile. Lo más sorprendente era la tranquilidad con la que “Fray Simplón” se tomaba el asunto, de tal manera que nadie atinaba imaginar el estado real de deterioro del templo.

Transcurrida la primera semana del plazo, el fraile nada más había alcanzado reunir ¡tres monedas! Entonces se percató de que le sería imposible conseguir el dinero necesario para la obra. No obstante se encogió de hombros y exclamó:

«Dios proveerá, así que con estas pocas monedas voy a comprar comida para mis palomas».

Y no bromeaba, porque hizo exactamente lo que dijo.

Unos días más tarde le visitó en el templo uno de los feligreses, que además era se dedicaba a la albañilería. Y entre el sacerdote y el obrero lograron apuntalar la torre, dentro del plazo trazado por el corregidor.

El plan del corregidor

Pero aún hay más de esta otra de las más bellas leyendas ecuatorianas...

Así que el día en que regresó el señor Martín Bruno Sojo, notó que el campanario estaba bien afirmado, no habiendo ya motivo para su demolición. Pero a pesar de ello, velozmente diseñó una treta para amenazar al sacerdote, toda vez que sentía aversión por él. De este modo le dijo que la noche anterior había tenido un sueño, donde se le reveló la terrible visión de toda una legión de demonios, que cruzaba el umbral del averno para -ya en el mundo de los vivos- echar abajo el campanario sobre la cabeza del propio párroco.

No obstante el velado amedrentamiento, el cura contestó en su muy particular estilo:

«Su excelencia, no hay por qué alarmarse, pues por cada legión de esos seres malévolos, hay un coro de ángeles».

Entonces el Corregidor, más caliente por la reacción del fraile, tomó una perversa determinación. Y esa misma noche instruyó a unos zafios para que derribaran el campanario. Y eso hicieron.

El coro de ángeles

Pero enorme sería el asombro de la horda de malvados, cuando observaron que una numerosa bandada de las amiguitas del cura, ordenadamente llegaba al templo para con sus pequeños picos recoger las ruinas y colocar piedra sobre piedra, en su justo lugar. Cuenta la leyenda que esa fue una de las noches más oscuras de la ciudad, ya que las palomas eran tantas que ocultaban el cielo con todo el resplandor de los astros nocturnos.

La mañana siguiente el Corregidor (quien al parecer no se había enterado) fue a ridiculizar al “Fray Simplón”, pero en cambio fue sorprendido por el milagro que estaba frente a sus ojos. Y es que en vez de las ruinas, se erguía junto a la iglesia una orgullosa torre, y sin la menor evidencia de cuarteaduras.

Entonces no pudo más que preguntar en medio de su asombro, qué era lo que había sucedido.

Y el cura respondió con su proverbial apacibilidad: «¡Fue el coro de mis ángeles, su excelencia, mis ángeles!».

Sin lugar a dudas, una de las más bellas leyendas ecuatorianas para niños.

El Tsáchila que se convirtió en Sol

Y seguimos avanzando en este recorrido por las leyendas ecuatorianas, y en el segmento dedicado a los pequeños de la casa nos encontramos la bella historia del Tsáchila que se convirtió en Sol. Pero para entenderla, primero debemos saber el nombre que la distingue proviene del de una casta de indios del país. Estos han habitado histórica y principalmente en la zona conocida como Santo Domingo de los Colorados.

Una traducción aproximada en español sería «Gente verdadera». No obstante sus vecinos les apodaron «Los Colorados». Tal sobrenombre se debía a que de antiguo se coloreaban las cabelleras con la semilla del árbol onotero, con lo que lograban ese color característico.

Para el momento en que arribaron los incas a la zona que hoy se conoce como Quito, pronto estuvieron prestos a conquistar la región. Ante lo inevitable, los habitantes den dicho territorio los Kitu-Kara, optaron por mudarse a otro lugar para evitar ser esclavizados, tal como solía ocurrir con las conquistas de los incas.

Luego de un duro éxodo, llegaron a un lugar que consideraron conveniente para levantar su nuevo asentamiento y echar raíces. Y es precisamente en este nuevo poblado donde se originó el mito del Tsáchila que se convirtió en Sol. En aquellos remotos tiempos en que los ancianos solían comunicarse con las aves, se aseguraba que en el cielo moraba un colosal tigre que sólo salía cuando la bóveda celestial quedaba en absoluta oscuridad.

Cuenta la leyenda que cierta noche en la que el colosal animal tenía bastante hambre, abrió su colmilludo hocico y de un solo mordisco engulló al astro, dejando a la Tierra en completa oscuridad.

Cansados de la oscuridad

Pero veamos cómo continúa esta otra de las leyendas ecuatorianas:

Y así pasó el tiempo, hasta que los tsáchilas ya no lograban soportar más aquel ambiente. Al vivir en oscuridad perenne, se hacía casi imposible encontrar alimento. De tal manera que los hechiceros de la tribu determinaron luego de mucha reflexión, que la única manera viable para salvarse, era crear su propio Sol.

En consecuencia los la tribu eligió a un fuerte joven, hijo de una mujer soltera. Y nada más terminar el ritual, la cara del chico comenzó a iluminarse. Pero eso no iba a ser todo, pues casi inmediatamente su cuerpo comenzó a levitar.

La tribu entera exaltaba de entusiasmo, así que se marcharon aquella tarde a sus chozas, esperanzados en que el nuevo amanecer les traería un hermoso y radiante Sol. Pero a pesar de sus deseos, el firmamento siguió ennegrecido por otros tres días. Llegado el cuarto día, milagrosamente un nuevo Sol brilló en el cielo. No obstante había otro inconveniente: la luz que irradiaba el novel astro era tan fuerte, que enceguecía a todas las personas que se atrevían a salir de sus chozas.

Sólo en ese momento los chamanes de la tribu se percataron de que el chico transmutado en Sol tenía los dos ojos abiertos, cuando debía iluminar la Tierra con uno solo.

En consecuencia encargaron al más experimentado de todos los hechiceros, que le lanzara una piedra al «Astro Rey», para que éste cerrara uno de sus ojos eternamente. Y el lance dio en el blanco, así que desde entonces los tsáchilas y sus generaciones subsiguientes lograron continuar con normalidad sus vidas.

Como ves, de esta forma simbólica culmina otra de las leyendas ecuatorianas.

La olla de El Panecillo

Ya para finalizar con este recuento de las mejores leyendas ecuatorianas, te traemos la de “La olla del panecillo”.

Corrían los días en que algunos quiteños tenían gigantescas y hermosas haciendas. Pero al tiempo su ciudad les ofrecía exuberantes paisajes derrochantes de fresco verdor, a donde muchos pobladores pobres acudían para alimentar a unos cuantos animales, que a la vez les daban a ellos de comer. Entre estos pastores quiteños había una mujer, propietaria de una vaquita. Ella subía diariamente hasta la cumbre del céntrico cerro «El Panecillo», para que su res pudiera pastar.

Y cuando la vaquita paraba tranquilamente, la mujer se dedicaba a la tarea de conseguir leña en aquellos parajes, con la que luego podría cocinar y calentar su hogar. Pero cierto día en que la pastora quiteña se dirigió como siempre al cerro El Panecillo, luego de ir por la madera y regresar a donde había dejado a su animalito, éste ya no estaba. Entonces muy preocupada se dispuso a buscar a su vaquita por todas partes, mas no la halló.

De tal manera que optó por bajar hasta el fondo de la olla del cerro. Aunque entendía el peligro que significaba aquella bajada, la movía la necesidad de hallar a su vaquita, de la que prácticamente dependía el sustento de su familia.

Una sorpresa en la olla de El Panecillo

Pero veamos la conclusión de nuestra última de las leyendas ecuatorianas.

Así cuando la mujer logró descender hasta el centro de la olla, es sorprendida por una extraña visión. Estaba frente al portal de un asombroso castillo, ostentosamente decorado.

Una bella princesa de rasgos indígenas, le recibió sentada en su suntuoso trono. Y cuando la mujer se acercó más, ella quiso saber qué motivó la había llevado hasta su castillo.

̶̶̶̶  Su majestad, no puedo hallar a mi vaquita. Y si no la encuentro mi familia y yo seremos víctima de la más absoluta miseria.

Tal fue la triste respuesta de la humilde pastora quiteña.

Como la bella princesa notó que la mujer hablaba con sinceridad, para mitigar su pena le hizo un generoso obsequio. Le dio una mazorca y un ladrillo de oro. Pero además le reveló que no tenía por qué preocuparse, ya que su vaquita se estaba a salvo.

Entonces la humilde pastora se marchó tan agradecida como feliz. Y al salir  de la olla, ¡allí estaba su vaquita!

– ¡Oh, mi vaquita, al fin te encuentro! –exclamó la mujer.

Y así la humilde pastora regresó a casa con su valioso animalito, claro que además de los obsequios de la princesa, que le dieron a ella y su familia vivir sin más privaciones.

Así llegamos al final de este recuento de leyendas ecuatorianas. Si te han gustado, no dejes de leer este otro artículo: Las leyendas venezolanas que te dejarán sin aliento.

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